
Mientras crece el discurso que culpa a los extranjeros por desplazarnos a los ticos a partir del fenómeno de la gentrificación, conviene recordar que han sido precisamente manos y mentes extranjeras quienes co-lideraron la conservación que hoy presumimos ante el mundo.
Marco Villegas. Vicepresidente de la Red Costarricense de Reservas Naturales. Director Ejecutivo de la Asociación Cívica de Nosara
En los últimos tres años, especialmente postpandemia, la palabra gentrificación se ha vuelto una forma común de leer lo que ocurre en territorios como Nosara, Monteverde o Santa Teresa. Es un concepto útil para describir los efectos de la especulación inmobiliaria, pero cuando se aplica sin matices, corre el riesgo de borrar una parte importante de nuestra historia ambiental: la cooperación entre costarricenses y extranjeros que hizo posible el modelo verde costarricense.
En una búsqueda rápida en la herramienta Google Trends, se observa que en los últimos dos años el interés por la palabra gentrificación ha crecido en Costa Rica, con un pico visible en enero de 2025, que, oh coincidencia! se trata de las mismas semanas en las que Bad Bunny lanzó “Lo que le pasó a Hawaii”.
Ese cruce entre cultura pop y búsqueda digital no es casual: la conversación sobre gentrificación se volvió tema de moda, un concepto que muchos descubren por canciones o redes sociales antes que por experiencia directa o estudio. Así las cosas, del 12 al 18 de enero de 2025, la búsqueda del término llegó a su máxima popularidad de los últimos 3 años, días después de que comenzáramos a cantar “quieren quitarme el río y también la playa”.

Si queremos llegar a alguna parte, tenemos que superar las discusiones por moda, al calor del último video viral en redes.
Si reducimos el término a una consigna simplista, perdemos la oportunidad de ver el cuadro completo: que detrás de los conflictos por uso del territorio también hay una historia de cooperación, ciencia y filantropía que ha sostenido la conservación durante medio siglo. En lugar de pelear por etiquetas importadas, debemos aprender a analizar el fenómeno en su contexto costarricense, donde los extranjeros no solo han comprado tierra desde hace décadas, sino que en muchísimos casos la han protegido, reforestado y puesto al servicio de todos.
Antes de que existieran los retiros de bienestar o los condominios ecológicos, ya habían personas extranjeras que llegaron movidas por la ciencia, la espiritualidad o la convicción de que el bosque debía protegerse. Desde los cuáqueros que fundaron Monteverde en los años cincuenta hasta las familias que hoy sostienen reservas en Osa, Nosara o Sarapiquí, la conservación privada ha sido un puente entre mundos.
Por supuesto, no toda inversión extranjera ha sido virtuosa (la especulacion inmobiliaria es real y nos afecta) también existen casos donde el interés privado sobrepasó el bien común, pero reducir toda presencia extranjera a esa caricatura impide ver el conjunto.
Veamoslo entonces.
Los pioneros y las instituciones que sembraron el modelo verde de Costa Rica
La Red Costarricense de Reservas Naturales (RCRN) enlaza a más de doscientas reservas privadas que, juntas, protegen más de 82 000 hectáreas de bosque y ecosistemas naturales. Desde hace décadas, la conservación privada ha sido un esfuerzo voluntario que complementa la labor del Estado, protegiendo corredores biológicos, fuentes de agua y hábitats críticos, al tiempo que sostiene empleos rurales, impulsa el ecoturismo y genera educación ambiental.
Una de esas organizaciones que forman parte de la red, y que es un pilar fundacional de este movimiento es el Centro Científico Tropical (CCT), la primera organización sin fines de lucro dedicada a la conservación ambiental en Costa Rica.
“Nos dedicamos a la conservación de recursos naturales por medio de nuestro propio Sistema de Reservas Privadas y la ejecución de proyectos para el desarrollo sostenible enfocado en la zona tropical. Generamos ciencia para la conservación, la cual aplicamos y divulgamos con el fin de promover una mejor relación entre el ser humano y la naturaleza.” Centro Científico Tropical.
El CCT dio base científica y metodológica al modelo de conservación privada costarricense, estableciendo reservas experimentales y sentando las bases para un enfoque de ciencia aplicada al manejo de ecosistemas tropicales.
Ya a finales de los años noventa, la importancia de las reservas privadas en Costa Rica fue documentada por Patrick Herzog y Christopher Vaughan en la Revista de Biología Tropical (Universidad de Costa Rica, 1998). El estudio analizó 26 reservas privadas, en su mayoría autofinanciadas y sin apoyo estatal, que juntas protegían más de 10 000 hectáreas y representaban el 74 % de toda la avifauna nacional registrada en ese momento, incluyendo seis especies de felinos y la mayoría de las aves en peligro del país. Los autores concluían que estas fincas privadas —muchas vinculadas a proyectos ecoturísticos impulsados por extranjeros y costarricenses pioneros— complementaban los esfuerzos del Estado, ofreciendo hábitat a especies no protegidas en parques nacionales y funcionando como zonas de amortiguamiento frente al avance de la frontera agrícola.
“La inclusión de reservas privadas en la red nacional de áreas protegidas es necesaria y urgente… el turismo de naturaleza puede complementar los esfuerzos gubernamentales para salvaguardar la biodiversidad, pero muchas reservas familiares requerirán apoyo técnico y financiero internacional para asegurar su protección a largo plazo.” Herzog & Vaughan (1998)
Ese diagnóstico, hecho hace más de 25 años, anticipó el modelo costarricense actual: una conservación compartida entre el Estado, la comunidad y la cooperación extranjera.
En Monteverde, esa misma energía se tradujo en acción colectiva. En 1986 nació la Monteverde Conservation League (MCL) —Liga Conservacionista de Monteverde—, impulsada por científicos, educadores y residentes extranjeros junto con la comunidad local. Su objetivo fue proteger el bosque nuboso mediante la compra directa de tierras y la educación ambiental. De su trabajo surgió el Bosque Eterno de los Niños, un esfuerzo internacional que canalizó miles de donaciones, especialmente de escuelas y familias extranjeras, para asegurar más de 22 000 hectáreas de bosque. La MCL continúa hasta hoy como custodio de ese santuario de biodiversidad y educación y es miembro de la prestigiosa IUCN.
Que sería de Monteverde sin la Reserva del Bosque Nuboso Monteverde del CCT y del Bosque Eterno de los Niños? Que sería de Monteverde sin esa presencia decidida de las familias pioneras de cuaqueros que llegaron en los años 50 que escapaban de una sociedad estadounidense percibida como materialista y militarista?
Pasemonos ahora a Guanacaste, y hablemos de una organización insignia, Guanacaste Dry Forest Conservation Fund (GDFCF), una organización sin fines de lucro estadounidense que desde hace más de tres décadas respalda la restauración del bosque seco tropical en el noroeste del país. En alianza con el Área de Conservación Guanacaste (ACG), este fondo ha financiado investigación, restauración y educación ambiental en uno de los proyectos de conservación más ambiciosos del planeta. Sí, del planeta!
Su músculo institucional es notable: según un reporte de 2023, el GDFCF administró activos por más de 21 millones de dólares, con ingresos superiores a 8 millones y un superávit operativo de 5 millones, cifras que reflejan su estabilidad y capacidad de inversión a largo plazo. Estos recursos se canalizan directamente hacia programas científicos como el Inventario de Biodiversidad del ACG, que emplea personas locales para ayudarles a identificar especies (parataxónomos), mantiene 13 estaciones de investigación y desarrolla análisis genéticos de especies reconocidos mundialmente. Este nivel de soporte financiero y técnico demuestra que la cooperación extranjera no solo ha protegido territorios, sino que ha generado conocimiento, empleo local y ciencia aplicada al servicio de la conservación pública costarricense.
Y tenemos que hablar por supuesto de mi querida Nosara. La Asociación Cívica de Nosara (NCA), fundada por familias extranjeras que llegaron hace 50 años, hoy protege 250 hectáreas de bosque que están en proceso de constituir un nuevo Refugio Nacional de Vida Silvestre y lidera proyectos de senderos, planificación territorial y servidumbres ecológicas. Su transición, de organización filantrópica de extranjeros a organización cívica amplia y diversa, refleja la madurez del movimiento de conservación privada: integrar la conservación al tejido comunitario.
En la Península de Nicoya, también el Refugio de Vida Silvestre Karen Mogensen protege más de 960 hectáreas de bosque tropical seco y húmedo, asegurando el abastecimiento de agua para cinco comunidades. Su gestión, impulsada por colaboración internacional y liderazgo local, convierte la conservación en un bien común tangible: agua limpia, biodiversidad y empleo rural.
Y si nos pasamos más al sur, la Fundación Corcovado consolidó un modelo de filantropía internacional orientado a la educación y la restauración ambiental, Lapa Ríos fundado por una pareja estadounidense, demostró que el turismo puede financiar conservación sin perder autenticidad, mientras Osa Conservation desarrolló un campus de más de 3,247 hectareas dedicadas a la ciencia aplicada, el voluntariado y la protección de especies amenazadas.
Terminando de dar la vuelta a Costa Rica, nos vamos a Sarapiquí, específicamente a La Virgen, para contar el impacto de Tirimbina, un sitio que combina en una reserva, un eco-lodge, un centro de investigación, y suma 350 hectáreas de bosque, adquiridas por el Dr. Robert Hunter, en los años 60.
Y como si todo lo que he contado fuera poco, además hay que mencionar entre los pioneros del movimiento de conservación privada en Costa Rica a nombres y proyectos que dejaron una huella profunda. Ríos Tropicales, fundada por el fallecido Rafael Gallo, expresidente de la Red Costarricense de Reservas Naturales; Rara Avis, creada por Amos Bien, uno de los grandes visionarios de la conservación; Curi-Cancha, impulsada por Hubert y Mildred Mendenhall junto con Julia Lowther; y Finca Rosa Blanca, establecida por Sylvia y Glenn Jampol, son ejemplos emblemáticos. A ellos se suman iniciativas como Lagarto Eco-Lodge de Vinzenz Schmack, Campanario de Nancy Aitken, Selva Bananito de Jürgen Stein, Reserva Oropopo de Stefano Silvestri, y muchas otras reservas y proyectos que, desde distintas regiones del país, han tejido la red que sostiene hoy la conservación privada costarricense, con un altísimo componente de manos y cerebros extranjeros, que han amado esta tierra como los que más.
Los Centros de Pensamiento

Más allá de las reservas, la cooperación internacional sembró instituciones que moldearon la identidad ambiental del país y constituyen su cerebro.
La Universidad EARTH, creada con apoyo de fundaciones extranjeras, ha formado desde 1990 a cientos de líderes en agricultura sostenible con una filosofía de emprendimiento y ética ambiental. El Centro de Derecho Ambiental y de los Recursos Naturales (CEDARENA) introdujo al país la práctica moderna del derecho ambiental, fortaleciendo legislación y gobernanza territorial. La Organización para Estudios Tropicales (OET), fundada en 1963 por universidades de Estados Unidos, Costa Rica y otros países, consolidó al país como laboratorio vivo de los trópicos. Y el CATIE (Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza), con raíces desde 1940, unió la investigación forestal, agrícola y climática bajo un mismo propósito: desarrollo sostenible.
Millones de dólares para la conservación
El impacto de las comunidades extranjeras en la conservación puede medirse desde múltiples dimensiones, desde su influencia cultural, sus hectáreas de tierras protegidas o sus miles de empleos generados, pero sin duda la inversión directa es visible todos los días a partir de las donaciones millonarias que año con año se inyectan al país.
Según datos de la organización Amigos of Costa Rica, que canaliza donativos de más de 60 países a un gran número de organizaciones sin fines de lucro en el país, en 2024 las donaciones que se enviaron para Costa Rica rondaron los $11.6 millones de dólares en total, de los cuales un 25% fueron directamente para organizaciones dentro de la categoría de conservación. En términos generales, luego de la pandemia los fondos que esta Asociación inyecta a Costa Rica se han casi triplicado.
Los guardianes de la fauna y del mar
En las últimas décadas, el aporte internacional también se ha expresado en el rescate de fauna silvestre y la educación ambiental aplicada. Organizaciones como el International Animal Rescue (IAR) y Sibu Wildlife Sanctuary, ambas con fuerte presencia de voluntarios y apoyo extranjero, trabajan en la atención, rehabilitación y liberación de animales víctimas de atropellos, electrocución o tráfico ilegal. Su labor, en coordinación con SINAC y comunidades locales, ha permitido devolver a la naturaleza cientos de monos, perezosos, tucanes y otros animales afectados por la expansión humana.
En el Caribe y la Península de Nicoya, centros como el Jaguar Rescue Center y Restauración Marina representan el mismo espíritu de cooperación, pero orientado a la educación ambiental. El Jaguar Rescue ha convertido la empatía hacia la fauna en un programa integral de voluntariado y educación para miles de visitantes, mientras Restauración Marina impulsa viveros de corales, monitoreo costero y sensibilización sobre el estado de los océanos.
Estas iniciativas, con indudable aporte y empuje de extranjeros- ya sea desde su fundación, apoyando sus proyectos o por medio de donativos que financian su operación- son ejemplos contemporáneos de la conservación cívica: aquella que combina conocimiento técnico, compromiso comunitario y una visión de bienestar compartido entre humanos y naturaleza.
El nuevo reto: integrar, no desconocer
El desafío actual no es negar el aporte extranjero, sino lograr que los nuevos residentes- particularmente quienes llegan con alto poder adquisitivo- se integren al tejido social y natural que ya existe. Ese tejido fue construido por generaciones de costarricenses y por pioneros que, viniendo de otros países, apostaron por hacer de Costa Rica un lugar mejor.
La reciente nota de la BBC sobre el arribo de millonarios digitales y expatriados de alto perfil refleja este nuevo escenario: Costa Rica se ha convertido en destino global para inversionistas que buscan naturaleza, estabilidad y prestigio verde. Pero esa atracción trae una responsabilidad.
A estos nuevos actores, la conservación costarricense les lanza un llamado claro: no basta con comprar tierra o construir bajo estándares sostenibles; es necesario pertenecer. Participar en las comunidades, apoyar redes locales de conservación, fortalecer fondos colectivos y aportar a la gobernanza ambiental.
Si las primeras generaciónes de extranjeros vinieron a proteger, esta nueva debe venir a multiplicar ese impacto. No como observadores externos, sino como parte de una comunidad ecológica y humana que lleva más de medio siglo demostrando que la diversidad puede ser una forma de desarrollo.
Costa Rica no se conservó a pesar de los extranjeros, sino con ellos. Ese “con” sigue siendo el verbo que define nuestro futuro. Y el llamado hoy no es de exclusión, sino de responsabilidad compartida: que quienes llegan con recursos también lleguen con propósito, y que comprendan que el verdadero lujo no está en poseer la naturaleza, sino en protegerla junto a los demás.
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